...Le gustaba su vida. Aceptaba y reconocía sus fracasos y luchaba por desarrollar cada día más sus talentos, sus voluntades de bien, su deseo por mejorar al mundo, su mundo. El grupo lo escuchaba atentamente, asintiendo o deteniéndose en alguna palabra o frase que reclamara su atención. Del silencio, al ruido, del ruido a la canción... Todos hablaron. Todos escucharon. Y, ya de noche, en cómplice pausa reparadora, todos desaparecieron, todos quedaron inertes en algún determinado tiempo y espacio único a cada quien. Así se encontró Kocol al despertar, solo, confuso y ajeno a su pertenencia grupal. Y siguió su camino...